Comunidad de los Bugis en Indonesia. Vía Wikimedia |
Si naces en la isla de Sulawesi, en Indonesia, y formas parte del grupo étnico de los bugis, tu género no estará limitado por la forma de tus genitales. Allí no se es solo hombre o solo mujer. Aunque también puedes, si quieres. La disyuntiva entre el ser o no ser para esta comunidad —el tercer grupo étnico más importante de ese país— pasa por un abanico de posibilidades de hasta cinco géneros distintos. Cada uno se identifica a su manera: makkunrai (mujer femenina); oroani (hombre masculino); calalai (hombre femenino); calabai (mujer masculina) y los bissu, identidades mixtas y no permanentes.
“Mientras que en Occidente siempre hablamos de términos binarios y excluyentes, lo cierto es que hay comunidades ancestrales en todo el mundo en las que todo no está tan claro y juegan con las ambigüedades. Son sociedades que tienen un orden sociosexual mucho más cercano al de la naturaleza”, explica Águeda Suárez, doctora en Sociología por la Universidad de Vigo e investigadora sobre los sistemas sexo/género en diferentes comunidades.
Los bugis no son un caso aparte ni mucho menos único. Por ejemplo, la comunidad de los Ciucki siberianos también huyen del binomio hegemónico de Occidente (hombre-mujer) y admiten hasta siete géneros: masculino, femenino, tres géneros ulteriores para los biológicamente varones y otros dos para las hembras. Incluso, en un matriarcado de Guinea Bissau, la viuda es poseída por el espíritu del difunto y durante meses puede actuar como él.
Aunque las sociedades de género múltiple no son las más frecuentes, lo cierto es que sí hay otras muchas donde el tercer género está muy arraigado. Entre la sociedad indígena de México, antropólogos e historiadores han detectado la pervivencia de una cultura sexual y de género muy distinta a la judeocristiana de los españoles: parejas del mismo sexo, mujeres “amancebadas” con varias mujeres en el mismo domicilio, jóvenes varones vestidos con ropas usadas normalmente por las mujeres y adornados con plumas, así como una actitud relajada hacia la desnudez y hacia la unión y separación de las parejas.
Sin embargo, el investigador Guillermo Núñez Noriega, especialista en diversidad sexual y etnicidad en la Universidad de Sonora (México), advierte que este tipo de órdenes son excepciones y, en realidad, “no abundan”. “La existencia de esos otros órdenes sociogenéricos no debe exagerarse. Su permanencia es más un acto de supervivencia que bien podría ser explicado por la incompleta colonización cultural española entre esos pueblos gracias a sus múltiples luchas de resistencia”, agrega Núñez.
Las muxes, por ejemplo, se encuentran en la región mexicana de Juchitán, dentro de la sociedad zapoteca de Istmo. “Muxe” es el término que se usa para hablar de los hombres que asumen roles femeninos en los diversos ámbitos de la vida pública y privada. Incluso, la realizadora Alejandra Islas retrataba en el documental “Muxes, auténticas intrépidas buscadoras de peligro“ el día a día de estas mujeres y su peso dentro de la comunidad.
La comunidad muxe no es la misma que hace 100 años, que era una comunidad controlada por un sistema patriarcal. Actualmente la comunidad muxe está allí, dentro de la sociedad zapoteca, como parte de ella, con una función y una labor que enriquece a su cultura”, enfatiza el investigador Victor Castillejos.
En el caso de muchas comunidades indígenas de México “se trata de sociedades con un alto sincretismo religioso que incorpora tanto elementos del cristianismo como elementos propios y una débil presencia de la jerarquía de la iglesia, o como en el caso del Istmo, de una iglesia más bien de izquierda”, señala Núñez, a propósito de los factores que inciden en este tipo de sociedades.
Dos sexos, dos espíritus
Antes de la colonización, los nativos americanos también abrazaron el tercer género y lo denominaron “two-spirit” (doble espíritu). El término abarcaba todas aquellas personas que no se identificaban como hombre o mujer, sino que adoptaban formas mucho más flexibles del género (transexuales, crossdressers, andróginos, etc.). Este género alternativo fue comúnmente visto en tribus de los Grandes Lagos, el sureste de América del Norte y California.
“Además, se creía que los two-spirit tenían poderes sobrenaturales porque adoptaban tanto lo femenino como lo masculino, así que de alguna forma creían que se conectaban con Dios”, explica Suárez, una de las investigadoras que ha participado en el proyecto Etnicsexualidad: investigación de grupos étnicos y sexualidades. Además, como podían desarrollar tanto tareas masculinas como femeninas, estos miembros eran muy respetados en su comunidad y eran consideradas personas muy trabajadoras y sabias.
También, en la India, los hijras —término que define a los miembros del tercer género— forman parte de una casta religiosa muy respetada a quien se les atribuye dones mágicos de buenaventura y fertilidad. Algunos de ellos son incluso invitados a las bodas o a los nacimientos para bendecir a los recién casados o a los bebés. Sin embargo, a pesar de su arraigo histórico, muchos de ellos siguen sufriendo discriminación en la actualidad.
Cuando eres poseída por el espíritu de tu marido muerto
En otras comunidades, la adopción o la conversión a otro género es temporal y se asocia con rituales en momentos muy concretos. Por ejemplo, en el pueblo rarámuri, en el norte de México, se permite que uno de los parientes del sexo opuesto del muerto o muerta actúe durante horas recreando de forma humorística el comportamiento de la persona fallecida. Durante esta celebración, en la que se bebe mucho alcohol y no está permitida la presencia de niños, se hacen muchas bromas de alto contenido sexual y la persona poseída puede tener relaciones sexuales con el viudo.
En el matriarcado de bijagó, en Guinea Bisau, los rituales implican a mujeres. Cuando un hombre de la comunidad fallece, una mujer es poseída por el espíritu de ese hombre y durante semanas (e incluso meses) debe comportarse y actuar como tal. La madre del fallecido pasa en este caso a ser la madre espiritual de la “mujer poseída” y a veces, se pueden dar relaciones homoeróticas entre las mujeres implicadas.
Si bien esto es cierto, el investigador Núñez Noriega insiste en que estas realidades tampoco “son la panacea” y que mientras que algunas de ellas reflejan la diversidad y la convivencia pacífica entre géneros diversos, otras muchas se siguen rigiendo por estructuras de opresión, explotación y violencia contra las mujeres y los homosexuales.
Por lo tanto, “hablar de esta historia y de este presente solo deja claro que nuestras concepciones de género y sexuales judeocristianas son eso, convenciones heredadas y no datos de la naturaleza, son simplemente usos y costumbres excluyentes y opresivos”, argumenta. Nunca está de más recordar que antes de que desembarcaran los colonos, o de que la jerarquía eclesiástica hiciera lo propio, muchas culturas indígenas vivían tranquilas con fórmulas mucho más respetuosas con la diversidad.
Este artículo fue publicado originalmente en Broadly la plataforma de VICE dedicada a las mujeres. 100
Fuente: ¡Pacifista!
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