martes, 26 de febrero de 2019

Solo el sí es si

Sentenció la catedrática de la Universidad de Michigan y asesora de la Corte Penal Internacional Catherine MacKinnon en los noventa que el problema de la justicia es que el significado de lo que es una violación lo aporta la mujer, mientras que la norma para su tipificación penal la aporta el varón y el derecho masculino. En 2018, en el grito que recorrió España “no es abuso, es violación”, resonaba su teoría. Doce días después de las históricas movilizaciones del 8 de marzo se dictó la conocida ya por todos como “sentencia de la Manada”, que se hizo pública en abril. Las mujeres respondieron, y el feminismo atizó para denunciar la tantas veces minimizada y normalizada “cultura de la violación”. Hicieron saltar las alarmas sobre la desprotección de las víctimas de violencia sexual ante la justicia. Para gran parte de la ciudadanía, y esto no excluye a especialistas en Derecho, la respuesta judicial constituyó un claro ejemplo de la que fue bautizada como “justicia patriarcal”. Pese a las condenas, la calificación jurídica de los hechos como “abuso sexual” (contacto sexual no consentido) y no como “agresión sexual” (relación sexual impuesta con violencia o intimidación socialmente conocida como “violación”) provocó una crisis y de ella surgió una oportunidad de cambio.



El feminismo jurídico o iusfeminismo impulsó el portazo final a los mitos de la violación y a la masculinidad del Derecho. Abrazamos el convenio de Estambul para defender que la violencia sexual es violencia de género y que el sexo sin consentimiento es violación. El “solo el sí es sí” que desde 2014 impuso Europa fue baluarte para reivindicar la perspectiva de género en la práctica jurídica. El objetivo: la eliminación definitiva de estereotipos de género en la justicia. También lograr una reforma del Código Penal que redefiniera conceptos y resituara el consentimiento como epicentro de la libertad sexual. No es cualquier reforma. Es una con mujeres, con nuestro concepto de violación y nuestro punto de vista para feminizar el tratamiento jurídico de una violencia que nos azota desproporcionadamente. La Sección Penal de la Comisión General de Codificación asumió entonces el “no sin mujeres” y se puso manos a la obra para confeccionar el anteproyecto de reforma del Código Penal que destierra el abuso, reconoce el consentimiento activo, la violencia sexual en el ámbito de la pareja, la sumisión química y la violación en grupo. La formación y especialización en género, insertas ya como pieza del Pacto de Estado, y los pequeños grandes avances en la jurisprudencia del Tribunal Supremo (con sentencias recientes que recogen la perpectiva de género) coronan el inicio del fin de interpretaciones no adaptadas al contexto de discriminación y violencia en el que transcurre la vida de las mujeres. Los gritos abrieron el camino. Queda lo más difícil. La transformación social.

Club de los hombres feministas

Cada uno llega con algo de comida y de bebida, como siempre. Dejan las viandas en la cocina. Han previsto una tarde para ellos. Sería como esas reuniones solo para hombres que había hasta hace unas décadas en el espléndido casino de Aracena (Huelva). Una logia confidencial de paso exclusivo a caballeros donde las fuerzas vivas se reúnen para discutir de sus cosas. Sería algo así si no fuera más bien lo contrario. Bienvenidos (y bienvenidas) a la reunión de un club de hombres feministas: el grupo Viento fresco de Aracena.
Viernes tarde en la finca de La Solana, a seis kilómetros de Aracena, el municipio que da nombre a la Sierra de Aracena, de 8.040 habitantes, donde los siete viven desde hace décadas. Van dejándose caer uno tras otro. Llegan en coche al terreno de Ángel Rey, pediatra recien jubilado. Alejo Durán, celador licenciado en Psicología y Antropología, y Pedro Martín, jefe de compras de un hotel ya retirado, llevan desde las cinco en la casita, preparando la leña de la chimenea para echar una mano a Rey. Fuera huele a mimosa. Manuel, el técnico municipal que pide figurar sin apellido; Juan Manuel Franco, al que todos llaman Mame y que tiene un negocio en el pueblo o Miguel Sánchez, director de teatro, se suman a la cita. El psicólogo Pablo García llega el último. Y, como los anteriores, reparte besos y abrazos al llegar en este grupo de hombres de entre 56 a 64 años.
Una vez al mes se juntan para hablar más desde el corazón que desde la cabeza, explorando eso que se conoce como nuevas masculinidades; rechazando eso otro de la masculinidad tóxica.
Alude cada uno a su experiencia como parte de un trabajo de reflexión que promueven colectivos como Ahige —la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, a la que pertenecen— y que buscan no solo su cambio interior sino apoyar “las justas reivindicaciones de las mujeres contra el sexismo” o combatir la violencia de género. No hay datos oficiales de cuántos son —centenares de grupos, según distintas fuentes— pero sí coincidencia en que estos grupos viven un resurgir con el impulso del movimiento de las mujeres y frente a la respuesta de otros hombres que se sienten descolocados.
Alrededor de la chimenea tendrán dos horas para abrirse en canal. En este club las conversaciones son confidenciales. Solo están vetados dos temas: fútbol y política. Todos acuerdan previamente el asunto de debate. Este viernes 15 de febrero, en el que han abierto la puerta a una reportera y un fotógrafo, eligen hablar de cuidados. Un trabajo invisible, y mal o nada pagado, al que las mujeres destinan el doble que los hombres, según el INE.
El director de teatro, Miguel Sánchez, dirige el calentamiento previo: ejercicios de respiración, movimientos de cuello. Y un juego que marca la dinámica posterior: “Contamos hasta 50, cada uno un número. Puede haber intervalos, el caso es no pisarse”. Ni se pisan en el recuento ni en lo que hablan después. En este grupo, se dialoga por turnos sin que nadie interrumpa a nadie. Y dicen cosas como estas:
—Ni me he cuidado ni he cuidado a nadie nunca.
—Cuando aprendí cómo cuidar a mi madre fue muy satisfactorio.
—Las mujeres enseguida se llaman cuando creen que otra necesita cuidado. Entre nosotros está mal visto.
—Cuando alguien me trata con cariño me siento muy bien. El aprendizaje merece la pena.
—Mi padre hasta el último momento no permitía verse vulnerable.
—En lo que fallo es en la ternura.
— Te oigo decir ternura. Y yo me pregunto... ¿cuándo fue la última vez que yo hablé con ternura?