martes, 26 de febrero de 2019

Club de los hombres feministas

Cada uno llega con algo de comida y de bebida, como siempre. Dejan las viandas en la cocina. Han previsto una tarde para ellos. Sería como esas reuniones solo para hombres que había hasta hace unas décadas en el espléndido casino de Aracena (Huelva). Una logia confidencial de paso exclusivo a caballeros donde las fuerzas vivas se reúnen para discutir de sus cosas. Sería algo así si no fuera más bien lo contrario. Bienvenidos (y bienvenidas) a la reunión de un club de hombres feministas: el grupo Viento fresco de Aracena.
Viernes tarde en la finca de La Solana, a seis kilómetros de Aracena, el municipio que da nombre a la Sierra de Aracena, de 8.040 habitantes, donde los siete viven desde hace décadas. Van dejándose caer uno tras otro. Llegan en coche al terreno de Ángel Rey, pediatra recien jubilado. Alejo Durán, celador licenciado en Psicología y Antropología, y Pedro Martín, jefe de compras de un hotel ya retirado, llevan desde las cinco en la casita, preparando la leña de la chimenea para echar una mano a Rey. Fuera huele a mimosa. Manuel, el técnico municipal que pide figurar sin apellido; Juan Manuel Franco, al que todos llaman Mame y que tiene un negocio en el pueblo o Miguel Sánchez, director de teatro, se suman a la cita. El psicólogo Pablo García llega el último. Y, como los anteriores, reparte besos y abrazos al llegar en este grupo de hombres de entre 56 a 64 años.
Una vez al mes se juntan para hablar más desde el corazón que desde la cabeza, explorando eso que se conoce como nuevas masculinidades; rechazando eso otro de la masculinidad tóxica.
Alude cada uno a su experiencia como parte de un trabajo de reflexión que promueven colectivos como Ahige —la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género, a la que pertenecen— y que buscan no solo su cambio interior sino apoyar “las justas reivindicaciones de las mujeres contra el sexismo” o combatir la violencia de género. No hay datos oficiales de cuántos son —centenares de grupos, según distintas fuentes— pero sí coincidencia en que estos grupos viven un resurgir con el impulso del movimiento de las mujeres y frente a la respuesta de otros hombres que se sienten descolocados.
Alrededor de la chimenea tendrán dos horas para abrirse en canal. En este club las conversaciones son confidenciales. Solo están vetados dos temas: fútbol y política. Todos acuerdan previamente el asunto de debate. Este viernes 15 de febrero, en el que han abierto la puerta a una reportera y un fotógrafo, eligen hablar de cuidados. Un trabajo invisible, y mal o nada pagado, al que las mujeres destinan el doble que los hombres, según el INE.
El director de teatro, Miguel Sánchez, dirige el calentamiento previo: ejercicios de respiración, movimientos de cuello. Y un juego que marca la dinámica posterior: “Contamos hasta 50, cada uno un número. Puede haber intervalos, el caso es no pisarse”. Ni se pisan en el recuento ni en lo que hablan después. En este grupo, se dialoga por turnos sin que nadie interrumpa a nadie. Y dicen cosas como estas:
—Ni me he cuidado ni he cuidado a nadie nunca.
—Cuando aprendí cómo cuidar a mi madre fue muy satisfactorio.
—Las mujeres enseguida se llaman cuando creen que otra necesita cuidado. Entre nosotros está mal visto.
—Cuando alguien me trata con cariño me siento muy bien. El aprendizaje merece la pena.
—Mi padre hasta el último momento no permitía verse vulnerable.
—En lo que fallo es en la ternura.
— Te oigo decir ternura. Y yo me pregunto... ¿cuándo fue la última vez que yo hablé con ternura?

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