Sin embargo, en el campo liberal y conservador todavía recelan de la política de cuotas porque consideran que va contra el principio meritocrático. Ellos argumentan que impulsar las cuotas supondría que las mujeres que entren en política no sean seleccionadas por su valía sino por su género, erosionando la calidad de nuestra representación. Una idea que, afortunadamente, puede comprobarse empíricamente.
Los estudios realizados en Italia entre 1993 y 1995 y Suecia desde 1993, cuando los socialdemócratas adoptaron lista cremallera, son muy ilustrativos. Ambas investigaciones arrojaron el mismo resultado: la aplicación de cuotas no solo no empeoró, sino que mejoró la calidad de los políticos en los Gobiernos. La razón fue similar en los dos países. Los líderes mediocres y con menor nivel educativo fueron los primeros en ser desplazados desde que se aplicó la cuota, con lo que ocuparon su lugar mujeres más competentes y mejor preparadas.
En cualquier trabajo en el que el reclutamiento o promoción esté basado en redes de confianza, desde la política hasta la dirección de empresas, ellas suelen afrontar muchas más dificultades para ocupar el puesto. Esto se deriva de que quien decide en la selección es un hombre y tiene más contactos masculinos que femeninos, generando un resultado social harto indeseable: terminamos con un exceso de hombres incompetentes en altas posiciones sólo porque tienen las redes adecuadas.
Por eso las listas cremallera o las cuotas en consejos de administración permiten nivelar el terreno de juego al acabar con la prima implícita que se otorga a los hombres para cualquier puesto de mando. Y por eso no hay duda: si alguien está preocupado por la meritocracia y la igualdad de oportunidades, no tiene excusas para no apoyar las cuotas de género.
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